"Paseaba por el camino somnoliento de un atardecer. Los árboles otoñales con sus brazos descarnados levantados al viento, tenían no sé qué gesto trágico de súplica; y las montañas rojas de ira bajo el sol de ocaso, amenazan derrumbarse sobre el río manso, como una mujer enferma. ¡Naturaleza! Alma que yo siento dentro de mí y que no es mía. Yo te comprendo en tus enormes y secretas grandezas. Como penetro en la belleza del astro rey, así observo, también, la tragedia sentimental de la
hierbecita que quiere ser árbol y lucha con las patas del animal,
con las ruedas del carro, con la indiferencia del hombre, y por último muere triturada en el hocico de un pollino. Naturaleza, si eres tan benévola para el que nace grande, ¿por qué no lo eres para el que nace miserable? Nada me puedes esconder, Naturaleza; porque yo estoy en ti, como tú estás en mí: fundidas una en otra como el metal fundido en una sola pieza. Eres mía, Natura, con todos los tesoros que encierran tus entrañas. Mío, es el oro que brilla fascinando a los gnomos en el fondo de las minas; mía, la plata en complot contigo, prepara macabros planes para hacer que los hombres se destrocen; mío, es el brillante majestuoso en su sencillez; mía, tu sangre de lava que chorrea hirviente en los volcanes; mías, tus flores y tus lagos divinos; mías, tus montañas y valles; mía, eres tu, Naturaleza, porque mis pies han echado raíces hasta traspasar el globo y te he extraído la savia. Mías, son también tus miserias; míos, tus infinitos dolores de madre; mía, la cuna del Momo y la guarida de la muerte... He crecido nutrida de tu savia hasta sentir que mi cabeza se erguía altanera y miraba al infinito, como al hermano menor del pensamiento."
-Teresa Willms Montt-
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